Las emociones: la peor prisión o la misma puerta al Cielo

Hemos confundido el termómetro con la fiebre.
Hemos dado demasiada importancia a las emociones, cuando en realidad solo son el indicador de algo interno que duele y provoca una reacción.

Vistas así, las emociones se convierten en una herramienta clave para una de las tareas más importantes de esta vida: aprender a relacionarnos con la mente.
Porque es desde aquí donde empieza el camino de vuelta a Casa, a la paz, el gozo y la libertad que toda persona lleva dentro como esencia.

Cuando las emociones aparecen con intensidad —rabia, tristeza, miedo o deseo— no están hablando solo del presente.
Hablan de pasados no resueltos y de futuros imaginados que nunca llegan.
Si nos identificamos con ellas, nos atrapamos en historias mentales que generan sufrimiento.

Cuando una emoción se sostiene en el tiempo, por un hecho puntual o repetido, se convierte en un fuego o un hielo interior que acaba generando un dolor profundo.
Y si has estado ahí, lo sabes: ese infierno interno que nos lleva a hacer cosas que no haríamos en calma.

Aquí va el mensaje de esperanza, sin fantasía espiritual:
Hay que dejar de identificarnos con la mente que sufre; és el Cielo aquí, ahora.

La mente es solo una pantalla donde el inconsciente nos muestra, a través de las emociones, que hay algo pendiente de resolver.
El primer paso es dejar de culpar fuera y empezar a responsabilizarnos de nosotros mismos/as.

Desde la psicología consciente usamos las emociones para observar qué situaciones nos activan y buscar sus raíces en nuestra historia personal.
La emoción no es el problema: es el puente hacia algo vivido que pide ser visto y ordenado.

Salir de esta cueva mental requiere un paso adelante: aprender de la emoción, calmarla y actuar después desde el adulto consciente.
Porque intentar resolver desde la emoción es como querer leer un libro debajo del agua.

El camino existe.
Se hace caminando.
Y, poco a poco, empiezas a respirar de nuevo.

Este es el regalo: volver a Casa, al Amor.